En 1993 el anticuario Scott Wilson halló en la basura Lucy in the Field Whith Flowers, el cuadro que encabeza este comentario. Lo recogió, se lo mostró a sus amigos y les propuso comenzar una colección con cuantas obras abortadas pudieran encontrar. Si los museos y las galerías trataban de dar a conocer lo mejor del arte, ellos rastrearían lo peor. Así nació el Museo del Arte Malo (el MOBA), que hoy cuenta con tres sedes en Estados Unidos, en las proximidades de Boston, y una colección de más de 600 obras.
Me enteré de su existencia a través de un reportaje publicado hace unos días por El País, y al indagar en la red me topé con estas joyas que traigo a Mi casa. Me resultan fascinantes. y me producen una ternura enorme. Porque son cuadros pintados con intención artística, porque sus autores pretendían lograr algo bello y, como afirma Michael Frank, uno de los responsables del Museo, «algo se torció por el camino».
Son de una ingenuidad desarmante. Pero me pregunto cómo se sentirán sus autores si descubren que aquella tela que desecharon, desesperados por no haber sido capaces de plasmar lo que veían claramente en su mente, ha sido rescatada y se muestra bajo el epígrafe de «mal arte». «Buscamos celebrar los fracasos de los artistas de una manera sana», afirma Frank. El Museo recibe más de dos mil visitas al año.