Quiero encontrar en la música ese poder consolador que siempre ha tenido sobre mi. Vuelvo al Auditorio, empecinada en retomar mi vida, vulnerable, expectante, temerosa. La temporada de las Juventudes comienza con un director de lujo, Zubin Mehta, al frente de la orquesta Maggio Musicale Fiorentino, y logro que la música me acune y no echarme a llorar al primer acorde. Nuestras butacas, en el patio, están ocupadas por una pareja joven . No quiero mirar en esa dirección. Me centro en la música y en Mehta, que dirige sentado el Concierto para piano y orquesta nº 23 en la mayor de Mozart, con un aplaudido Javier Perianes al piano. Esta pieza del austriaco es preciosa, tiene tanta gracia y equilibrio que funciona como un bálsamo sobre las heridas, como apaciguador de emociones. A veces, bendito Mozart.
Luego llega el plato fuerte, la Sinfonía nº 9 en re menor de Bruckner. Cuando escucho estas obras monumentales echo de menos las grandes orquestas, las del sonido mágico. Con el tiempo he llegado a sentir, más que a comprender, la diferencia entre una orquesta correcta y otra excepcional. No entiendo de música, pero hay algo indefinible para mí, algo intangible que me habla directamente al corazón, que funciona como una llave mágica que te abre todas las compuertas y hace que la música te inunde. Ese milagro, que solo se produce a veces, viene casi siempre acompañado de una formación excepcional.
Esta sinfonía grandiosa (adoro todas y cada una de las sinfonías de Bruckner) merece la pena ser escuchada entera. Os la ofrezco interpretada por la Filarmónica de Viena, dirigida por Von Karajan:
Querida Sol, siento disentir de tu gusto por Von Karajan.
Yo tengo un CD de la Deutsch Grammophon en el que el insigne director destroza el Requiem de Mozart.
No se lo he perdonado nunca.
Escucharé la grabación que nos regalas con la esperanza incierta de que se redima de aquel tropiezo.
Un beso.
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Pues ya me dirás si lo consiguió o no. Un abrazo fortísimo, Miguel. Y felicidades de nuevo
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