Estos últimos años he vivido algunos momentos extraordinarios en el teatro. He visto a grandísimos actores sobre las tablas, he disfrutado de textos espléndidos. Pero si tuviera que priorizar, si me obligaran a elegir un actor, un momento, creo que elegiría a Nuria Espert en su primer monólogo de Incendios, y, en segundo lugar, a Nuria Espert en La violación de Lucrecia, de la que os hablé desde Mi casa hace ya seis años. Ella llena el escenario. Habla, y su voz tiene un magnetismo que te deja prendido a sus labios. Su cuerpo se mueve imperceptiblemente, pero ese gesto, ese movimiento leve de sus manos tiene todo la expresividad, todo el significado. Me conmueve como ninguno, la creo siempre. No recita un texto, no representa un personaje; ella es el texto y el personaje. Sin estridencias, con un poderío escénico incomparable.

Conocía Incendios , la obra de teatro escrita por Wajdi Mouawad, por su adaptación al cine, Incendies, dirigida por Denis Villeneuve, un filme de 2011 del que también os hablé en Mi casa. No olvidé su desgarro, la historia brutal que planteaba, pero eso no me distrajo un ápice de la escena que este grupo de estupendos actores, dirigidos por Mario Gas, con la gran Espert a la cabeza, representaba a mi lado.
«El arte es un testimonio de la existencia humana a través del prisma de la belleza», afirma Mouawad. No os perdáis esta brutal belleza.