En 1827, cuando Hector Berlioz contaba 24 años, se enamoró perdidamente de la actriz irlandesa Harriet Smithson al verla interpretar a la Ofelia de Hamlet. La inundó de flores y cartas de amor y, al no obtener ningún resultado, decidió que la música sería la más eficaz declaración de amor y escribió para su amada la Sinfonía Fantástica. Episodio de la vida de un artista, que inauguró hace unos días la temporada de la Orquesta Nacional de España en el Auditorio, dirigida por David Afkham. En pleno romanticismo, la obsesión por una mujer, por alcanzar su amor, dirigió la inspiración del artista y compuso una obra apasionada que describe en cada movimiento los avatares del amor; la esperanza y la desesperación, la ternura y el deseo, los celos y el éxtasis. Sus desvelos amorosos dictan la melodía: Sueños y Pasiones; El baile; Escena en el campo; Marcha al suplicio  y El sueño de una noche de Sabbath. Harriet Smithson no escucharía la obra hasta dos años después de su estreno. Se casaron en 1833. Se separaron siete años después.

El programa se completó con Les Offrandes oubliées, de Olivier Messiaen, un precioso tríptico religioso: la cruz, el pecado y la eucaristía, precedidos por un poema del propio Messiaen: «Tú nos amaste, dulce Jesús, nosotros lo hemos olvidado».  El pianista Nicolai Lugansky interpretó el Concierto para piano y orquesta núm. 2, en sol menor de Prokofiev que me llegó al alma. El compositor ruso lo escribió como homenaje a su amigo Max Schmidthoff, que se había suicidado, aunque la partitura que ha llegado hasta nosotros es una reescritura del original, que se perdió durante la revolución rusa. Escuchadlo, merece la pena.

Os ofrezco la Sinfonía Fantástica, por la Orquesta Sinfónica de Chicago.