Cuando yo era niña mis primas habían heredado de nuestras tías una casa de muñecas grande como un armario (al menos yo así la recuerdo) que, tras unas puertas de cristal, mostraba en distintos pisos las habitaciones de una familia en miniatura. Aquel juguete había sobrevivido a la infancia de mis siete tías, aunque no a la de las nueve primas, y no recuerdo haber podido jugar nunca con él. Pervive mi fascinación por esa intimidad pequeño burguesa, de mecedoras y lámparas de lágrimas, y mi predisposición cotilla a asomarme a los interiores ajenos. Quizá por eso me ha llamado tanto la atención esta Casa de inquilinos que Annette Doisneau y Francine Deroudille, hijas del fotógrafo francés, montaron en 1962 a base de algunas imágenes captadas por su padre, y que se expone estos días en la Fundación Canal.
Decía Doisneau en 1990: «El mundo que intentaba mostrar era un mundo en el que yo me sentiría bien, en el que la gente sería amable y en el que encontraría la ternura que deseo recibir. Mis fotos eran como una prueba de que ese mundo puede existir». Algunas de estas imágenes de una vida cotidiana apacible forman este collage, una casa de muñecas, un montaje encantador sobre un edificio común de París.
Junto a la Casa de inquilinos este otro montaje con el que cierro, realizado por sus hijas en 1972, titulado El Puente de las Artes. Quizá como montaje sea más interesante que el anterior, aunque sobre mi no ejerce la misma fascinación.
Nunca nos dejaron jugar con ella
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Prima querida!!!! Creo que es la primera vez que me escribes a Mi casa, y espero que no sea la última. Qué familia esta nuestra, que no nos dejaba jugar con aquella maravilla, para que se conservara no sé bien con que objeto, ya que debió acabar en manos de la piqueta. Besinos, Loles
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