Siento placer físico paseando por Bruselas. Cuando salgo de mi rutina (tan querida, por otra parte), cambio de piel, me renuevo, y aunque, ni que decir tiene, me acompañan mis amores, renazco limpia y libre, y esa liviandad me da alas. Abrir un paréntesis, dejar tu casa en calma y cerrar la puerta, deambular sin objeto para solo mirar, sentir, complacerte en lo que te rodea. Fortuna de pocos, soy consciente de todo lo que adeudo y respiro con fruición mi privilegio.
Cuando salgo del Parc de Bruxelles me topo con la Place Royal, presidida por la iglesia de Saint-Jacques- sur-Coudenberg y la estatua de Godofredo de Bouillon, , una solemne plaza neoclásica, cuadrangular, edificada a finales del siglo XVIII por orden de Carlos de Lorena, sobre el antiguo Palacio Ducal del Counderbeg, del siglo XIII. A esta plaza se abre el Museo Magritte, del que os hablaré en otro momento. Estamos en el Quartier Royal, donde encontraremos los mejores museos de la ciudad.
La imagen con la que abro este comentario pertenece a la parte superior del Mont des Arts que proporciona una vista preciosa sobre el centro de Bruselas y se abre a la Place de l’Albertine. A la derecha se encuentra el magnífico edificio que veis arriba a la izquierda, el Old England, construído a finales del siglo XIX como ampliación de unos almacenes, uno de los ejemplos más hermosos del art decó burselés. Hoy es sede del Museo de los Instrumentos Musicales, una de las visitas que me han quedado pendientes para una próxima escapada.
La Rue de la Madelaine es una pequeña y encantadora calle que une la Place de l»Arbentine con la Place d’Espagne. Vuelven las calles angostas y las placitas populares, lo que más me enamora de Bruselas. En esta calle descubro una galería dedicada a la venta de libros y grabados antiguos , la Galería Bortier, de atractivo irresistible. Compro una pequeña figura de barro y un cuento editado el año de mi nacimiento, con ilustraciones protagonizadas por una niña que me recuerda Mariquita Pérez, la muñeca con la que soñó mi madre durante su infancia.
Y me entrego a uno de los ritos obligados en Bruselas. Comer un cucurucho de patatas fritas en una terraza, bajo una sombrilla que me protege de una lluvia fina que cae inopinadamente sobre la ciudad, mientras se van abriendo los cielos y aparece ese azul desvaído del norte, tan hermoso. Y siguen sonando en mi interior canciones en francés.
Me encanta!
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