Cuando bajó el telón de la sala roja en los Teatros del Canal, estallaron los aplausos y se puso el punto final a Nijinski, el ballet de Marco Goecke, me sentí enormemente conmovida. Poco a poco había ido creciendo la intensidad emocional de la representación, conforme el bailarín se adentraba en la locura una atmósfera triste y un poco opresiva se adueñaba de la escena. Se representaba la vida del bailarín ruso y en algunos momentos sí pude identificar pasajes concretos de su biografía, aunque en seguida opté por dejarme llevar de las sensaciones y sentir, más que entender.
Como en tantas otras materias, lo ignoro todo de la danza moderna, y el ballet de Goecke me sorprendió. Esta mañana (escribo el sábado 3) en la sección cultural del diario El País leí un artículo de Vicente Verdú que me hizo reflexionar sobre lo que experimenté en algún momento de la representación y que he vivido en mil ocasiones más ante una novela, una pieza musical o una obra de arte. Arranca Verdú: «El mejor libro es aquel que no se entiende bien del todo. El pésimo libro será, por el contrario, el que comprendemos de arriba abajo….. Textos, literarios o no, relativamente complejos convierten ciertas zonas de sombra en ocasionales destellos de inteligencia activa».
Nijinski es una obra intensa, dramática, plásticamente hermosa, ejecutada por un ballet excepcional. Os dejo con unos minutos de la representación: