Durante la primera mitad del siglo XX una serie de movimientos artísticos convulsionaron la pintura, rompiendo con los principios que habían regido esta disciplina desde el Renacimiento. El Fauvismo fue una de estas vanguardias revolucionarias, un desafío renovador que, aunque efímero (como tal movimiento solo duró tres años) sentó las bases para movimientos posteriores tan radicales como el expresionismo o el cubismo. La Fundación Mapfre ha organizado una exposición que pretende ser un recorrido por la génesis y el desarrollo de este movimiento.
Van Gogh, Cézanne y Gauguin habían abierto camino, y durante la última década del siglo XIX Henri Matisse, Albert Marquet, Henri Manguin, Georges Rouault, Charles Camoin y Jean Puy se decidieron a experimentar con colores puros, prescindiendo paulatinamente del dibujo. La amistad que nació entre ellos fue fundamental para la eclosión del movimiento, al que, a finales de 1904, se incorporaron André Derein y Maurice Vlaminck.
La exposición supone una inyección de alegría en vena, y me ha resultado particularmente difícil hacer una selección para mostraros en Mi casa. Son muchos los cuadros y los dibujos que me enamoraron. Abro el comentario con Restaurant de la Machine a Bougival (1905), de Vlaminck. Del mismo año, abajo a la izquierda, Le Faubourg de Colliure, de André Derain y, a su lado otro Vlaminck que me entusiasmó, Les coteaux de Rueil, fechado un año después. Sobre estas líneas, dos obras de colorido muy diferente al resto pero que me atraparon con su luz invernal y la melancolía que transmiten, ambas de Albert Marquet: Quai des Grands-Augustins (1905) y Quai du Louvre (1907).
Vuelvo a Vlaminck con otro lienzo que me habría llevado debajo del brazo, Chaville, l’Etang de l’Ursine (1905) y, a su derecha, un maravilloso Derain pintado en 1905, Le phare de Collioure. Este verano que Derain y Matisse pasaron juntos en Collioure fue determinante para el nacimiento de los primeros cuadros puramente fauves, liberado totalmente el color, quizá borrachos de luz mediterránea. Y en este caprichoso recorrido por la exposición, termino con dos obras de Raoul Dufy, Jeanne dans les fleurs, de 1907 y 14 juillet à Falaise, de 1906.
Esta muestra resulta un apabullante estallido de color, un canto a los colores puros y la libertad de su luz. En algún lugar leí que después de hacer el recorrido por tantos paisajes brillantes, por tamaña eclosión de vida,la ciudad con la que te topas a la salida de la exposición resulta gris y fría. Doy fe de ello.
Después de tu comentario estoy deseando verla
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Te la recomiendo mucho, Marga. Nos vemos pronto, eh? Y disfrutaremos de unas cuantas maravillas. Un abrazo grande
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