«Leer», de Andrée Kertész

kertesz_leer_11La fotografía con la que abro este comentario está firmada por Andrée Kertész y realizada cuando contaba poco más de 20 años, en Hungría, su país natal. Me conmueve. Tres niños pobres, dos de ellos descalzos, concentrados en un libro que uno de ellos sostiene sobre las rodillas. Esta imagen refleja como nada el poder fascinante de la literatura. ¿Qué habrá sido de la vida de estos niños? ¿Su evidente curiosidad les habrá ayudado a sobrevivir,  a alcanzar algo de felicidad?

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Con la foto de los niños  Kertész  inaugura un tema que lo acompañará toda la vida, Desde 1915 hasta 1970 el fotógrafo húngaro siguió fotografiando a gente leyendo, mientras su trayectoria profesional lo llevaba primero a París y luego a Estados Unidos. Quizá estas instantáneas, tan íntimas y poéticas, fueran un homenaje a su padre, librero de profesión. Hace más de cuarenta años se recogieron en un libro, publicado en inglés, y ahora se ha reeditado en castellano por iniciativa de la editorial Periférica, con el mismo pequeño formato. Es una joya.

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El libro cuenta con un prólogo de Alberto Manguel que arranca con una preciosa referencia a Rojo y Negro, de Stendal. Dice así:» A principios del siglo XIX, en un ruidoso aserradero construido a orillas de un torrente cuyas aguas descienden de las montañas y se vierten en el río Doubs, un joven lee. Sentado sobre una de las vigas de un techo en construcción, indiferente al trueno de las máquinas y a la voz de su padre, que lo está buscando, el joven está inmerso en su libro favorito, el Memorial de Santa Elena del Conde de las Cases. El padre, un viejo campesino analfabeto furioso ante la impasibilidad de su hijo  pero, sobre todo, ante el espectáculo de la lectura, que detesta por encima de todas las cosas, se acerca al muchacho, da un primer puntapié al libro, que vuela por los aires y cae en las aguas del río, y da otro a su hijo, quien se tambalea y está a punto de caer al vacío. Asiéndolo del brazo, lo increpa por ocuparse de sandeces y no prestar atención al funcionamiento de las sierras.

La imagen de una persona que lee es, como todas las imágenes, inocente en sí misma. Es el acto de traducción que hace quien la ve el que carga esa imagen de significado, declarándola positiva o negativa, memorable o banal, prestigiosa o deleznable».

Como os dije, una joya.

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