Pocas ciudades en el mundo poseen la oferta museística de Berlín, y parece un crimen no aprovechar el viaje para que mi hija disfrute de alguna maravilla. Egoístamente, me decanto por la Neue Nationalgalerie, que cuenta con una colección expresionista espectacular (desde Munch y Kokoschka hasta los alemanes del Brücke, que me entusiasman), con tan mala suerte de que después de caminar por avenidas y jardines desolados encontramos el Museo en obras. Así que volvimos sobre nuestros pasos y entramos en el Neues Museum a ver a Nefertiti. Una belleza.
Nuestro último paseo por Berlín. Hace unos días, mientras yo escribía sobre nuestro viaje, un terrorista ha arrollado con un camión a unas decenas de personas que disfrutaban de los mercadillos navideños, en una plaza que recuerdo haber conocido durante mi primera visita a la ciudad. Recuerdo la Kaiser Wilhelm Gedächtnis Kirche, la iglesia con el campanario mutilado por los bombardeos, justo al lado de donde se produjo el atentado. No hay palabras.
En la Spandauerstrasse, alfombrada con los colores del otoño, el magnífico Palacio Ephraim (banquero de Federico II), con sus recreados balcones rococó. Y muy cerca, el Museo de la Marihuana. También existe un Museo de la Homosexualidad, que cuenta la historia de la lucha por los derechos de los gays a través de los años.
Arte en los museos y en la calle. La valla que protege una de las muchas obras en marcha en Berlín representa a ciudadanos en distintas actividades cotidianas. Allí descubrimos este beso entre una española y el oso alemán. Puro amor.