Comenzaré diciendo que me gustó mucho la representación de El holandés errante dirigida por Heras-Casado en el foso y Álex Ollé ( de La Fura dels Baus) en el escenario. El Teatro Real tiene la excelente costumbre de organizar una charla sobre la obra cuarenta y cinco minutos antes del comienzo de la ópera, en esta ocasión a cargo del musicólogo José Luis Téllez, que te ofrece claves con las que poder llegar algo más allá en su comprensión. Mi ignorancia lo agradece mucho. Según nos informó, el libreto, firmado por el propio Wagner, se inspira en un relato de Heinrich Heine titulado De las memorias del señor de Schnabelewopski, publicado en 1834 y que recoge la leyenda del holandés errante, un cuento de terror perteneciente a la cultura popular. Según la tradición oral, la tripulación de un barco recibe el encargo de los marineros de un misterioso buque con el que se encuentra de entregar en puerto una serie de cartas dirigidas a personas que han dejado de existir mucho tiempo atrás. Personajes pálidos y extrañamente melancólicos: fantasmas.
A partir de aquí surge la figura del holandés, condenado a navegar eternamente y solo recalar en puerto cada siete años, con la esperanza de encontrar el amor de una mujer cuya fidelidad le libere de su condena. La historia no puede ser más romántica. Wagner lee el relato de Heine en 1838, durante su estancia en Riga. Acuciado por sus acreedores, decide embarcarse hacia París pasando por Londres. Viaja con su mujer y su perro, sin pasaporte ni dinero, sufriendo mil penalidades, hasta que una terrible tormenta les obliga a resguardarse en un fiordo noruego. En esta aventura, en las canciones que escucha a la marinería, en las fantasías sobre el herrumbroso buque del holandés entrevisto en la tormenta, va tomando cuerpo la apasionada y romántica primera ópera de madurez de Wagner.
Aunque estaba en la penúltima fila de Paraíso (casi en el techo del Teatro Real) disfruté enormemente de la ópera. Me gustó la pasión y respeto con la que dirigió Heras-Casado, y la puesta en escena me resultó espectacular. La tormenta con la que arranca la ópera, el mar embravecido estrellándose contra la proa del barco, la forma de hacer convivir el mundo real con lo fantasmagórico con un uso tan inteligente de la luz y el espacio. La puesta en escena de Ollé me pareció deslumbrante, y me sigue pareciendo, aunque tras leer sus explicaciones en el programa de mano he llegado a la conclusión de que no entendí nada. Esto es, me pareció técnicamente deslumbrante; conceptualmente indescifrable. Me pregunto si alguien que no hubiera leído antes el programa habría adivinado sus intenciones con la simple contemplación de la obra. Sospecho que no. Ollé siente la necesidad de descubrir el «latido conceptual» de la ópera y hacerse las «preguntas fundamentales» tales como «¿podría pasar hoy una historia así?». Investiga y llega a la conclusión de que el lugar idóneo es «el puerto de Chittagong, uno de los lugares más contaminados del mundo», un cementerio naval donde se desguazan barcos mercantes. Y lo que vemos en el escenario, y que yo no vi, es ese cementerio, con un mar desecado y un barco desguazándose. En fin.
Os la ofrezco