«Esto es una Makarov IZH con silenciador. Un arma como esta mató a Anna Politkóvskaya en el ascensor de su casa, en el número 8 de la ulitsa Lesnaya, en Moscú. Ese día, el 7 de octubre de 2006, se extinguió una importantísima luz para la conciencia rusa; se hizo oír la brutalidad de una democracia travestida para la cual los sovietólogos han acuñado el término DEMOCRADURA».
Así comienzan los Cuadernos rusos (La guerra olvidada del Caúcaso), de Igort, uno de los documentos más demoledores contra nuestra desmemoria e indiferencia con los que me he topado últimamente. A veces las novelas gráficas, con la enorme carga expresiva de sus imágenes desnudas y su economía textual , son capaces de remover más profundamente los cimientos de nuestra conciencia que las obras más exhaustivas.
Igort emprende un viaje por Ucrania, Rusia y Siberia. Quiere profundizar en el alma rusa, saber qué queda de la extinta Unión Soviética, transitar el camino que condujo a la periodista Anna Politkóvskaya a ser considerada una amenaza para el estado. Quiere saber lo que ocurrió en Chechenia. Recoge testimonios sobrecogedores, retrata un estado de una crueldad escalofriante. Y me ha dejado con el corazón encogido.
«Zachistka». Esta palabra de sonoridad siniestra significa, en términos militares, «operación de limpieza». Pero en un contexto en que la masacre de chechenos es práctica habitual y pasatiempo preferido del soldado ruso de servicio en el Caúcaso, las «zachistri» no son sino razias, expediciones punitivas. La violencia gratuita contra personas inermes, mujeres, ancianos o niños es como una droga: crea dependencia. Tanto es así, que los soldados que regresan a Rusia no pueden prescindir de ella y se desuellan entre sí. Desde que se levantan sienten la necesidad de violencia. En varias crónicas se ha contando el caso de una escuela de teatro en Moscú asaltada por soldados recién llegados de Grozni. Se habían enterado de que varios chechenos estudiaban allí. Éstos fueron salvajemente agredidos junto a su profesor mientras los obligaban a «nadar» en el suelo. La adicción a la violencia ha sido estudiada por los médicos, que la denominan «síndrome checheno».
Es de sobra conocida, pero nadie se encarga de curarla.»
No es la primera vez que traigo una obra de Igort a Mi casa. Hace algún tiempo, os aconsejaba sus Cuadernos japoneses. Es un cronista brillante y sus dibujos poseen una fuerza expresiva extraordinaria. Muy recomendable.