George Orwell y su novela 1984 se ha convertido en protagonista de artículos, reportajes e incluso editoriales estos últimos días en varios medios de comunicación, que consideran el aumento de las ventas de este libro como muestra de la inquietud suscitada en todo el mundo por la victoria de Trump en las elecciones americanas y el miedo al auge de los totalitarismos en todo el mundo, del que, desde luego, no soy ajena. Orwell se ha convertido en objeto de culto con una novela escrita en 1948, en la que describía los regímenes nazis y comunistas proyectándolos en el futuro, y que hoy, para nuestra desgracia, vuelve a cobrar plena actualidad.
Rebusco en mi biblioteca y encuentro mi ejemplar de 1984, en edición de Destinolibro de 1983, aunque el mío lo adquirí en Oviedo en septiembre de 1984, según apunté en la primera página. Como es habitual en mis libros, está subrayado. A salto de mata, releo algunos párrafos. Recuerdo como me subyugó cuando la leí. Escojo unas líneas para traerlas a Mi casa:
«Con todo este fondo se puede deducir la estructura general de la sociedad de Oceanía. En el vértice de la pirámide está el Gran Hermano. Éste es infalible y todopoderoso. Todo triunfo, todo descubrimiento científico, toda sabiduría, toda felicidad, toda virtud, se considera que procede directamente de su inspiración y de su poder. Nadie ha visto nunca al Gran Hermano. Es una cara en los carteles, una voz en la telepantalla. Podemos estar seguros de que nunca morirá y no hay manera de saber cuándo nació. El Gran Hermano es la concreción con que el partido se presenta al mundo. Su función es actuar como punto de mira para todo amor, miedo o respeto, emociones que se sienten con mucha mayor facilidad hacia un individuo que hacia una organización. Detrás del Gran Hermano se halla el Partido Interior, del cual sólo forman parte seis millones de personas, o sea, menos del seis por ciento de la población de Oceanía. Después del Partido Interior, tenemos el Partido Exterior; y si el primero puede ser descrito como “el cerebro del Estado”, el segundo pudiera ser comparado a las manos. Más abajo se encuentra la masa amorfa de los proles, que constituyen quizá el 85 por ciento de la población. En los términos de nuestra anterior clasificación, los proles son los Bajos. Y las masas de esclavos procedentes de las tierras ecuatoriales, que pasan constantemente de vencedor a vencedor (no olvidemos que “vencedor” sólo debe ser tomado de un modo relativo) y no forma parte de la población propiamente dicha.»