Cuando mi padre terminó la carrera vivió durante un tiempo en París. Teóricamente el motivo del viaje era prepararse para la carrera diplomática, aunque me da la impresión de que debió dedicarse a menesteres más divertidos. Imagino lo que para un chico de provincias de su edad supondría encontrase sin el peso de la mirada paterna en una ciudad como París.
Nunca nos habló mucho de sus experiencias durante aquellos años, pero sí recuerdo oírle decir que no se conoce el francés hasta que se entiende a las mujeres en el mercado del pescado, a la gente hablando en el metro y a Flaubert en Madame Bovary.
Hace un rato, buscando otro libro en mi biblioteca, encontré el ejemplar de mi padre, el que compró en París y leyó entonces, firmado por él y fechado el 2 de Octubre de 1948. Me he emocionado. Tiene el borde de las páginas rizadas, debió despegarlas con un cuchillo. Al hojearlo encuentro algunas palabras subrayadas y su letra al margen, traduciéndolas. La letra de mi padre a los 24 años. «Harceler»: hostigar; «eperons»: espuelas; «geindre»: gimotear.
Busco en la red y veo que sigue existiendo la Librairie Joseph Gibert en el 26 de Saint Michel. Cuando vuelva a París la visitaré. A mi padre le habría gustado saberlo.
Querida Sol,
Tu emoción al encontrar este libro, no es para menos! Gracias por compartirlo. Un beso.
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Gracias a ti, cielo, por leerme. Un abrazo fortísimo, que te daré el sábado
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Me encanta!!! Porqué tienes tú ese libro y no yo?Lo quiero.
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Ya lo comprendo, pero va a ser que no. Me lo regaló papá. Se siente
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Qué ternura de hallazgo y qué emoción al describirlo para tu muchachada.
Un beso emocionado.
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Gracias José. Tus padres te regalan algo que no das importancia, lo guardas y lo olvidas y, cuando lo descubres al cabo de los años, se ha convertido en un tesoro. Así es la vida. Mil besos
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Tienes toda la razón y te cuento sólo un detalle. Cuando mi padre cumplió 50 años no se me ocurrió otra cosa que regalarle una moneda de 50 pesetas absolutamente intacta. Busqué la cajita adecuada (era roja, muy bonita) y coloqué en ella la moneda sobre un lecho de algodón blanco, cubierta también por el mismo material.
Cuando pasados casi 40 años, fallecidos mi padre primero y mi madre mucho después, levantamos la casa mi hermana y yo, lo primero que me encontré en el cajón grande de la mesa del despacho, ¿qué fue?… Estuve llorando horas eternas.
¡Cómo le echo de menos!
Mil besos sin ver el teclado, mi querida Sol.
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Mil también para ti, mi querido José
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