Londres

20161213_111555En esta ocasión, la excusa para volver a Londres fue visitar dos exposiciones que se celebraban los días previos a la Navidad en la National Gallery y en la Royal Academy of Arts, la primera dedicada a Caravaggio y su influencia en los pintores de su tiempo, y la segunda a los expresionistas abstractos americanos. Cualquiera de ellas se merecía el viaje, aunque Londres en cualquier momento del año ofrece suficientes atractivos para plantarse un jacinto y disfrutarla. Desde mi adolescencia la he visitado en varias ocasiones, y nunca me parece la misma. Se reinventa a mis ojos. Pero siempre me he sentido a gusto entre sus gentes, tan afanosas y polaids, aunque debo confesar que me irrita un poco su altivez y suficiencia. No me gustan los pueblos que se piensan tocados por la mano de dios, sea el dios que sea. Pero ese es otro cantar.

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Tras mostrar mi documentación en el aeropuerto (acostumbrada a moverme por Europa libremente, este control británico me irrita bastante), llego a Londres acompañada por unos cuantos amigos queridos una tarde gris y neblinosa (como no podía ser de otra manera), y esta es mi primera imagen de la ciudad cuando salimos de la Estación de Liverpool. En esta época del año anochece a las cuatro de la tarde, de manera que hay que tratar de aprovechar las pocas horas de luz y luego disfrutar de la iluminación navideña

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Encontrar un hotel céntrico a un precio asequible es tarea imposible. Creo que esta es la ciudad de Europa donde la relación calidad precio es más deficiente. Así que optamos por alquilar una casita en el extrarradio, cerca de un supermercado y de una parada de autobús que nos deposita en el intercambiador de  Canada Water. Desde allí, el metro te conecta con cualquier punto de la ciudad.  Arriba, el paisaje que vemos desde el salón de nuestra casa. Me recuerda a un Hopper.

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El metro nos deja en Green Park, y caminamos por Piccadilly camino de la Royal Academy of Arts, donde nos encontraremos con los expresionistas abstractos. El Londres elegante y cosmopolita es el que evocan las avenidas del centro, sus magníficos edificios, sus tiendas exclusivas. Aunque, gracias a los dioses, las ciudades se han democratizado y ya se ha perdido la exclusividad de los barrios señoriales de antaño, algunos reductos conservan un aire «chic» que me encanta.

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Charles C. B. Dickens, hijo de Charles Dickens, decía que Piccadilly era lo más parecido a un boulevard parisino que podías encontrar en Londres.  Según la madre Wikipedia hasta el siglo XVII este área era conocida como Portugal. El nombre Piccadilly surge por un sastre llamado Robert Baker, que era propietario de una tienda en el Strand a finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII. Amasó una gran fortuna haciendo y vendiendo piccadills (también llamados picadils o pickadils; cuellos duros con bordes festoneados y un amplio lazo o borde perforado), que estaban de moda entonces. Compró una gran extensión de lo que entonces era campo abierto al oeste de Londres, y en 1612 construyó allí una gran casa. La mansión pronto fue conocida como Piccadilly Hall. Al cabo del un tiempo se puso de moda y muchas familias ricas levantaron en esa zona su palacete.

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Ocupamos la mañana en ver la exposición, de la que os hablaré otro día, y almorzar en un delicioso italiano. Luego caminamos hacia Piccadilly Circus, tan diferente a la plaza que yo conocí hace más de cuarenta años. Se iluminan los escaparates de las tiendas, se enciende la iluminación navideña. Las inconfundibles cabinas telefónicas, los eternos autobuses rojos de dos pisos, los elegantes y cómodos black cabs (inconfundibles los taxis londinenses). Camino por estas calles y me sorprende no cruzarme con un caballero con paraguas y chistera. El estilo british parece aún el más consecuente con la elegante entrada al Ritz, no en vano las tiendas de caballero más elegantes se encuentran en la cercana Jermyn Street. Este rancio encanto londinense. Me fascina.

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