Los buenos propósitos

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(Retomo entradas que tenía preparadas antes de este punto y aparte que ha dislocado mi vida. Miro con tristeza, con ternura y con distancia estos escritos que parecen hablarme desde una realidad que ya no me pertenece, pero quiero ofrecéroslos, aunque solo sea para libraros a vosotros, mis pobres cómplices, de esta tristeza con la que llevo dos semanas ahogándoos).

Como para tantos otros, para mi el año empieza con el otoño, y por estas fechas ya comienzo la lista de buenos propósitos. Y el que se repite insistentemente es retomar mis clases de inglés. Ya he dado el primer paso, ya me he matriculado en una academia cercana a mi casa, así que si no quiero perder la matrícula me veré obligada a asistir a clase, al menos el primer trimestre.

Pero me he decepcionado tantas veces que no me atrevo a apostar por mi buenas intenciones. Y en ello estaba cuando me  encuentro con este tronchante relato de Juan José Millás, publicado por El País hace unos días:

Cada otoño de mi vida, desde hace muchos años, empiezo un curso de inglés que abandono hacia las Navidades con idéntica regularidad. El resultado es que dentro de mí ha ido creciendo un inglés afásico que apenas es capaz de defenderse en los aeropuertos internacionales con cuatro frases que sirven para saber dónde está el cuarto de baño y poco más. En mi interior vive, en fin, un señor que sabe decir en inglés buenos días, buenas tardes, dónde se coge el autobús y a qué hora sale el avión. Hablo mucho con él, aunque su conversación, como pueden comprender, no es muy variada. Esforzándose de manera notable, puede hacer algún comentario sobre el tiempo y congratularse de que no hayan bajado las temperaturas o de que no llueva. También sabe en inglés un par de cosas referidas a la comida. Dice que le gustan los macarrones, pero no estoy seguro de que diga la verdad. A lo mejor es que no conoce en inglés otra comida. Yo odio los macarrones, pero es que yo, en castellano, puedo pedir un filete con patatas.

Este sujeto que aprende inglés y yo nos encontramos con frecuencia, lo que resulta inevitable viviendo el uno dentro del otro. Normalmente vive él dentro de mí, pero cuando viajo a determinadas zonas del extranjero, soy yo el que se refugia en su interior. Y desde allí observo sus dificultades. No es nada fácil entenderse con los taxistas ni con los camareros ni con los subsecretarios chapurreando cuatro palabras de inglés. Por eso, cuando regresamos a casa, él vuelve a sus profundidades y tomo yo el mando en castellano, sin dejar por eso de repasar los cursos de la BBC. Ahora nos estamos aprendiendo los verbos irregulares. Ya nos los aprendimos también el año pasado y el anterior, pero al no usarlos nos olvidamos de ellos, como es lógico.

La convivencia con este pobre diablo medio analfabeto dura dos o tres meses al año. Es la cantidad máxima de tiempo que resisto estudiando inglés. Luego él se queda dormido en lo más hondo de mi conciencia, como si invernara, y yo apenas le reclamo, de no ser que tenga un viaje al extranjero. No obstante, algunos días, cuando me da un ataque de insomnio a media noche, me acuerdo de él y le despierto.

—What do you want? —dice sobresaltado.

Le digo en inglés que quiero un vaso de agua o un vaso de leche, o que mi sastre es rico, cualquier cosa, en fin, por cumplir, y nos echamos a dormir los dos. Dicen que el que habla dos lenguas es como si tuviera dos almas. Yo tengo un alma más o menos entera en castellano, pero en inglés apenas tengo un 10% del alma. Mi yo anglosajón es un individuo torpe, sin criterio, que cada día me da más lástima. Este año lo encuentro un poco más delgado de lo habitual. No sé cómo va a salir adelante en la vida si me muero yo antes que él.

7 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Fred Anónimo Veneciano dice:

    Yo soy uno de esos que, al cesar la locura del verano, cuando las sombras comienzan a alargarse sobre las veredas urbanas, a causa de un sol algo tumbado, se vuelve a plantear las cosas serias.
    Desde hace años servidor viene tomando clases de inglés con una profe nativa, de Liverpool, Tiene Elisabeth unos ojos negros mediterráneos que, antes de conocerla mejor, me dieron en pensar si no sería una paquistaní o hindú de tantas como viven en el Reino Unido. Nada de eso: hija de españoles que emigraron a aquellas tierras.
    Tuve ocasión de comprobar lo útiles que pueden llegar a ser unos conocimientos de aquel idioma si se emplean con oportunidad. Estábamos en el recinto del Castillo de Praga, delante de un tenderete que expedía bocadillos de salchichas y que atendía un mujerón malcarado y de gestos impacientes. Como nos demorábamos un tanto en la elección del «manjar», la amazona aquella hizo un signo de apremio. La obsequié con una de esas miradas homicidas que me brotan si son del caso y le espeté la capciosa pregunta: What’s the matter with you? Y aquel virago mudó el semblante y me obsequió con una sonrisa leporina…, quizás remanente de los tiempos en que atendía a la nomenklatura del Partido. Fuime y no hubo más.

    PS.- No se tilde de frívolo este comentario intrascendente mío: no quita para que en esta plaza liberada aún se llore por los ausentes.
    Sursum corda.

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    1. Sol dice:

      Siempre son oportunos tus comentarios: me hacen pensar, o sonreir, siempre disfrutar de tu deliciosa prosa. Así que sigue contándonos cosas, Fred. Sabes que me alegras el corazón. Un abrazo fuerte

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  2. Sylvie dice:

    Y parto ya de Madrid Sol con un poco de tristeza pero no porque me has ahogado mi querida sino porque lamento haber coiincidido en tu tierra tu ciudad y tu vida en este momento y no haber podido hacer nada para acompañarte. Sin embargo no va a ser tan así…salí de mi país con la novela de Montero y el otro día compre con mucho placer Poesía Completa de Idea Vilariño y mientras volvía a devorar muchas poesías que ya conocía deseaba compartirlas contigo, pero no me atreví a interrumpir o avasallar tus tiempos y espacios. Y luego, pues que me dices? Comparto con Fred su posdata aunque lamentablemente soy incapaz de igualar su prosa, llego y comienzo mi lista pero mientras tanto te sigo leyendo. Hasta pronto Sol , un gran abrazo

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    1. Sol dice:

      Sylvie, preciosa, qué tierna eres y cómo me conmueve tu cariño. Nunca me interrumpes ni me avasallas, escríbeme siempre que quieras.
      Yo también he comprado la Obra completa de Idea Vilariño y la voy leyendo salteada. A veces me hace daño, otras me consuela. Busca un poema que se titula «Amor», verás qué hermosura. Lo traje a Mi casa, en su antigua dirección, hace tiempo.
      Espero que hayas disfrutado de tu estancia en Madrid, y que tengas feliz retorno a casa. Un beso enorme

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  3. Celia dice:

    Mi querida Sol: Cuando abres la puerta de tu Casa con tu presencia amorosa, reconfortas, acompañas, estimulas. Tus buenos propósitos son como un perfume suave, como una dulce y cálida caricia, de esas que necesitas como tal vez nunca, como tal vez pocas veces…Si. Amar la vida. Y honrarla, como dice la canción. Es lo que tú haces siempre.
    Estoy, Sol, siempre estoy delante de tu puerta.
    Beso y abrazo
    Celia

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    1. Sol dice:

      Celia, querida, sé que estás ahí, y saberte cerca me produce mucha alegría. Estos días no estoy para muchas risas, pero intentaré enseguida traerte la alegría que se respira fuera. Un beso fortísimo, preciosa

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  4. Celia dice:

    Sol, tu persona misma es la alegría…lo que nos entregas, lo que escribes…aunque no esté la risa, estás tú..
    Beso y abrazo
    Celia

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