Saint-Gilles es un barrio popular, de estrechas calles arboladas, pequeñas plazas, mucho comercio y gran ajetreo de gente yendo y viniendo a media mañana. Oigo hablar en varios idiomas, me cruzo con gentes de razas diversas (bastante población árabe, muchas mujeres tocadas con hiyab) y la vida tiene ese sabor laborioso y amable que, por alguna razón, me recuerda a mi madrileño barrio de Chamberí. Aquí también han crecido las fruterías como setas, y se organiza un mercadillo en cada plaza.
Este pequeño barrio del sur de la ciudad quizá sea su mayor escaparate de Art Nouveau. El «arte nuevo» que por primera vez busca su sello sin recurrir a estilos anteriores, seña de identidad de un siglo que se inicia y que se centra en lo puramente decorativo, jugando con las formas y los colores, y que tiene en la arquitectura y el diseño dos exponentes esenciales.
Aunque existen más muestras en otros puntos del barrio, detrás de la Iglesia de Saint-Gilles, en la confluencia de las calles Jean-Volders y Vanderschrick, y a lo largo de esta última, 17 fachadas diseñadas por Ernest Blérot en 1902, a cual más bonita, todas diferentes y formando un conjunto armonioso y único. Algunas de ellas, con su firma en la fachada.
Madera, hierro forjado, esgrafiados, miradores, piedra y ladrillo de colores. No me resisto a mostraros algunas de las fotografías que hice, enamorada de puertas y balcones. Daría algo por poder entrar y atravesar el portal, subir la escalera (¿se conservará alguna de las originales?) , llamar a cualquier timbre y entrar en uno de estos pisos. Espero un rato delante del número 5, espiando algún movimiento. No sale ni un alma, así que retomo mi camino.
Un día lluvioso pateé el «barrio modernista», en busca de la huella de Horta y, acostumbrado a la apabullante magnificencia de los edificios de Art Nouveau del Eixample barcelonés, los hallé casí insignificantes. Edifícios-termómetro entre medianeras, económicos en barroquismo de piedra y lejos del delirio de los hierros forjados gaudinianos. Sí había estarcidos y mosaicos de mérito y diseños que me hicieron recordar las suntuosas orlas de Mucha. Pero es cierto que la modestia puede resultar amable. Y lo era.
Saludos, Sol.
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