«Chirico es el primer pintor que ha hecho hablar a la pintura de otra cosa diferente a la propia pintura», sostenía René Magritte. Y él siguió sus pasos. «La poésie écrite est invisible, la poésie peinte a une apparence visible», añadió. Visito el Museo Magritte en Bruselas, avisada de que posiblemente lo mejor de su obra se encuentre en París que, por cierto, estos días está celebrando una gran monográfica sobre el pintor belga en el centro Pompidou. Sin embargo en este precioso museo encuentro una exposición perfecta de su trayectoria, con cuadros bellísimos y un sin fin de fotografías, dibujos y documentos que completan el significado de su aportación al arte moderno.
Porque Magritte no solo fue un pintor surrealista, fue un adelantado del arte conceptual, un intelectual de pensamiento poderoso y un espíritu libre. «El arte de pintar es un arte de pensar», sostenía el pintor. De su obra se desprende una constante meditación crítica sobre la relación del hombre con el mundo, reflexiona Paul Nougé. Yo conocía alguno de sus cuadros más emblemáticos, pero nunca había tenido ocasión de caminar despacio siguiendo sus pasos, y así he querido traéroslo.
Comencemos por el lienzo con el que abro el comentario, L’Ecuyére (La amazona), un precioso óleo fechado en 1922. En este período está investigando sobre la relación de los objetos tridimensionales con la superficie plana del lienzo. Le influye el cubismo, el futurismo. Pero ese año descubre una reproducción del cuadro La canción de amor, de Giorgio de Chirico, y su modo de entender la pintura cambiará para siempre. Se da de bruces con el arte conceptual, con el universo de la metafísica.
Seguimos caminando por su obra. En 1926 pinta Le mariage de minuit y, un año después, el Portrait de Paul Nougué. Este año se instala en París y comienza a relacionarse con Éluard, Breton, Arp, Miró y Dalí. Le interesa la relación entre las palabras, las imágenes y los objetos. “Je n’ai pas eu d’idée , je n’ai pensé qu’à une image». El llamado «realismo mágico» característico de Magritte se va transformando. Personnage méditant sur la folie, de 1928. En 1929, L’histoire central. Y de esta misma época, su famosísima pipa, La perfidia de las imágenes, el retrato minucioso de una pipa sobre la leyenda «Esto no es una pipa». Se trata de cuestionar la realidad.
L’Automate (1929) y Les Fleurs de l’Abisme (1928). Convierte en flores, o frutos, estas pequeñas esferas de metal, que florecen entre hojas carnosas en una grieta rocosa, o flotan suspendidas en cualquier rincón de una habitación. Todo está sujeto a interpretación, las imágenes increpan al espectador, le exigen las llene de significado, las complete, las recree. Magritte te hace preguntas, y exige compromiso con la obra. Me resulta fascinante.
Portrait d’Adrienne Crowet (1940); Portrait de la famille Girou (1943) y Georgette (1937). Magritte ha regresado a Bruselas y se aleja de los surrealistas. Pero eso se merece otra entrada.